Declaraciones de Jesús Lacalle, jefe del Laboratorio de NASERTIC, en este reportaje sobre la Memoria Histórica y los presos fugados del fuerte de San Cristóbal.
Trabajando con las muestras
En el momento de la exhumación, nadie sabía que los huesos recuperados pertenecían al bisabuelo Leoncio. Para conocer esa información, fue necesario el trabajo del laboratorio genético de la empresa pública Nasertic, que antes se empleaba a fondo en cuestiones judiciales y desde hace más de tres años centra sus esfuerzos en la memoria histórica. “Somos un eslabón más en la cadena coordinada y dirigida por la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de navarra”, cuenta el coordinador del laboratorio, Jesús Lacalle. En conversación con este diario, explica con todo lujo de detalles su trabajo. Comienza con la recepción de los restos. “Pedimos que se nos manden o piezas dentales o fragmentos de huesos largos, como el fémur. Son en los que suele haber restos de ADN en buenas condiciones”, dice. Una vez recibidas las fracciones, las limpian a fondo para eliminar por completo “toda la microbiología”, que puede producir interferencias que dificulten la lectura del perfil genético.
Con los restos puros, se extraen unos pequeños cubitos y se someten a un tratamiento para convertirlos “en polvo”. Con algunas reacciones químicas consiguen posteriormente extraer la fracción de ADN con la que trabajar y sacar los marcadores necesarios para la identificación. La técnica a la que recurren es la de la exclusión. “Nosotros nunca decimos que es el padre. Lo que señalamos es que no se excluye que sea el padre”, apunta. “Pero, entonces, ¿cómo puede asegurarse que es?”, pregunta este redactor. “La probabilidad de que sea es cien millones de veces mayor que la de que no sea. ¿Puede haber otra persona en el mundo? Claro que sí. Pero ten en cuenta que la única muestra que no es excluyente pertenece a una persona que tiene un padre desaparecido justo en la zona en la que se encontraron los restos”, responde el experto. Es decir, que los resultados se interpretan como una coincidencia de parentesco pero científicamente no es algo que puedan garantizar.
Lacalle cuenta que en numerosas ocasiones les resulta muy complicado trabajar con los restos. Después de tantos años, algunos llegan tan deteriorados que es casi imposible extraer los marcadores necesarios para un análisis de total calidad. “Sobre todo los de aquellas fosas que están en zonas muy húmedas, por ejemplo, donde la actividad microbiana acaba degradando el hueso. O aquellas que se encuentran en suelos con una cantidad de bicarbonato cálcico muy grande”, detalla. A este problema se añade, por otro lado, el fallecimiento de los descendientes directos, lo que dificulta todavía más la identificación. Se puede a través de otros procesos, sí. Sin embargo, el poder de exclusión que tienen estas técnicas “es mucho menor”. Por eso, considera fundamental “parar el tiempo” recopilando muestras de todos los descendientes directos vivos. Hasta el momento, el banco de ADN navarro acumula más de 200 de familiares de desaparecidos.
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